viernes, 15 de enero de 2010

Devaluación y racionamiento eléctrico

Ramón Alberto Escalante
¿Cuándo comenzó esta devaluación oficializada por el Gobierno días atrás? Empezó a fraguarse, precisamente, en los años dorados, 2004 en adelante, cuando la creciente subida del petróleo configuró una nueva bonanza saudita, justo tres décadas después de aquella que vivimos adolescentes, cuando el primer gobierno de Pérez. Para comprender esta devaluación debemos pensar con independencia. El Gobierno, cuidándose de no llamarla por su justo nombre, devaluación, y recordando el “Viernes negro” de Luis Herrera Campins. La oposición, criticándola y buscándole rendimiento electoral. Claro que sí fue devaluación y también fue necesaria y, a largo plazo, podría terminar siendo beneficiosa. Como aquella vez que nos mentalizamos para exportar, para sustituir importaciones, para reparar y buscar oportunidades. También es cierto que pudo evitarse. El Gobierno se equivocó en muchas áreas, multiplicó el gasto público, confió ciegamente en el boom petrolero, olvidando que la economía mundial es interdependiente y después del crash europeo y norteamericano de 2008 nada podría salvarnos. El Gobierno fue devaluacionista y también los ciudadanos. El consumo exacerbado, esa bacanal de importaciones, lujos, automóviles exóticos, la constante fuga de capitales, que ni aún el control cambiario logró evitar, todo complotó para prepararle camino a la devaluación. El Gobierno debió devaluar hace tres años y el impacto hubiera sido menor. Pero, como en 1981, 1982 y a lo largo de estas décadas, los gobiernos han vivido con temor al peso electoral de las necesarias medidas. Ahora mismo, debemos urgir al Gobierno a que se arriesgue a aumentar la gasolina, porque ese costo irracional afecta no sólo a nuestra industria bandera, al tráfico, al ecosistema, a los estados fronterizos martirizados por el contrabando de combustible. No veamos la devaluación como un apocalipsis, porque la macroeconomía sólo tiene un peso relativo en nuestras vidas. Usted y su empresa se pueden reevaluar aún en tiempos de devaluación. Sólo basta que se rediseñen para competir. Pero, también que el Gobierno facilite las condiciones para trabajar. Porque el problema no es el dólar petrolero a 4,30, sino el paralelo, que siempre será mayor. Que lo pongan a lo que sea pero que haya acceso a las divisas, que se logren abreviar los trámites y luego éste bajará por imperio del mercado. Esta es una coyuntura favorable para que se produzca el necesario encuentro entre varios sectores indispensables para el futuro. Urge la concertación operativa entre el Gobierno socialista, aún con enorme ascendencia entre sectores populares, el empresariado, sea derechista o neutral, pero con la necesaria experiencia y tradición productiva, y la oposición, que se le abre una oportunidad estelar. Con la crisis hidroeléctrica pasa algo similar. Es un problema mucho más complejo que un simple tema de agitación electoral. Cierto que el Gobierno se manejó sin previsión y no efectuó las inversiones necesarias. No ha llovido y, aunque el racionamiento abruma, desespera y atormenta hace falta decir varias verdades. Primero, el mundo jamás volverá a la época de absoluto abastecimiento energético. El cambio climático, que apenas muestra sus consecuencias, podría desatar desordenes inconcebibles. En Venezuela ya no bastarán políticos que prometan luz barata o que perdonen conexiones ilegales. Entramos con pie izquierdo a una nueva edad histórica, la de pueblos sepultados bajo la nieve, inundados, barridos por tsunamis, abrasados por el fuego, arruinados por la sequía y derruidos hasta los cimientos, como Haití hace días. Dentro de algunos años, el mundo entero vivirá en racionamiento eléctrico. No bastan los ríos, centrales y termoeléctricas para satisfacer la demanda creciente. Aquí en Venezuela, este episodio, odioso y lamentable, debe servir para que aprendamos. La misma noche de los primeros apagones, mientras algunos sectores permanecían entre penumbras, millares de hogares aún mantenían encendidos los arbolitos navideños. Cada casa tan iluminada como un trasatlántico, y el 40 % de todas las viviendas venezolanas “robándose la luz”, sin pagar una locha, y sin ahorrar nada. En esta hora dramática necesitamos una dosis suficiente de madurez. Del Gobierno para reconocer sus errores, enmendar sobre la marcha y aprovechar los tres largos años que aún le quedan. Y de los otros factores, oposición incluida, advirtiéndole a la población sobre la verdadera trascendencia de nuestros problemas. Ahora mismo, creo que, en lugar del racionamiento colectivo, deberíamos apostar a una disminución sustancial del gasto energético ¿Ha visto usted por las noches los vidrios de las oficinas vacías, empañados por las temperaturas glaciales de su interior? ¿Quién puede aún ignorar que no basta todo el dinero del mundo para derrochar energía en un planeta cada vez más colapsado en sus carburantes?
Abogado y politólogo raescalante@hotmail.com

PANORAMA. Maracaibo, 15 de Enero del 2010 p.

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